jueves, 11 de noviembre de 2010

La conjura de los necios.

Ignatius estaba encerrado en su habitación, consensuando con su maldita mente cómo hacer para volver a verla Myrna Mynkoff. No se le ocurría la manera, ella estaba lejos, tenía otros planes para su vida, no sabía si ella quisiera verlo nuevamente.

De la habitación de Ignatius salían chirridos y eructos atronadores, que retumbaban por toda la casa. La señora Reilly habló con su amiga y había tomado una decisión, llamaría al Hospital de Caridad para que vinieran a buscar a Ignatius cuanto antes. Las cosas no podían seguir hasta ahora, Ignatius ya no aportaba más dinero en su casa, vivía descansando y elucubrando ideas comunistas que a la larga le traerían problemas a la familia entera. Ella lo había intentado todo, pero nada hacía cambiar la actitud de él, con treinta años cumplidos seguía dependiendo de ella como si tuviera catorce. La decisión había sido dura, no podía separarse de él tan fácilmente, pero con el tiempo las cosas mejorarían, todo volvería a su curso. La señora Reilly partió de su casa a lo de su amiga, que hacía tiempo le había aconsejado esto.

Ignatius notó que estaba solo en su casa, así que decidió bajar a la cocina a prepararse un sándwich. Sentía una inmensa soledad, que de a poco lo iba invadiendo. No sabía que más hacer, su vida estaba desbaratada, sin rumbo, no podía hallar una solución. Ni él mismo sabía lo que quería, no terminaba de entenderse. Sospechaba que algo sucedería, pero no tenía idea de que es lo que podría ser. Trató de calmarse, de bajar un poco las revoluciones, se recostó sobre el sillón del living a esperar lo que le depararía el destino. Era raro que su madre se hubiese ido de su casa tan temprano, sin decirle a donde. Los caminos que vendrían serían distintos, esperaba que sean mejores, sin sobresaltos, sin complicaciones, aunque aquello fuera difícil.

Eran las 23’30 horas y su cuerpo cansado pedía un cambio, una señal que pudiera finalizar con el dolor que atravesaba por ese momento. De pronto llamaron a la puerta, no tenía la menor idea de quien pudiera ser a esa hora de la noche, esperó pero seguían insistiendo así que decidió atender. Se llevó una sorpresa eran dos hombres fortachones vestidos con un ambo celeste y un tercero con uno azul, no sabía qué era lo que buscaban en su casa. Les preguntó a quién buscaban preocupado y le respondieron si él era Ignatius Reilly, a lo que él respondió el por qué de la pregunta, qué es lo que necesitaban de él si fuese él la persona que buscaban. No le dieron mayores explicaciones y comenzó un tironeo entre los cuatro que concluyó en que a Ignatius lo apresaron y lo metieron adentro de una ambulancia. Tardaron aproximadamente cuarenta minutos en llegar al Hospital, para Ignatius fue una eternidad. Lo llevaron dentro de un pabellón, todo blanco, con muchas puertas, una de ellas iba a ser su habitación. Durante toda la madrugada no pudo dormir, pensaba en como su madre podía haberlo hecho esto, encerrarlo en un Hospital Psiquiátrico.

Por fin llegó la mañana, le trajeron el desayuno con unas medicinas, unas cuantas pastillas de todos los colores imaginables. Luego él pidió un cuaderno y un lápiz para aunque sea continuar con sus notas, necesitaba hacerlo, descargar su ira sobre el papel. Se lo trajeron, así que se incorporó de la cama y comenzó un relato desahuciado por las desventuras del último tiempo, culminando con la internación. Se preguntaba cuánto tiempo lo iban a dejar encerrado, él necesitaba de libertad, no porque le gustara mucho salir a la calle sino porque así se sentía oprimido, asfixiado, sin salida.

Al tercer día recibió la visita de su madre que muy apenada le preguntó cómo se encontraba, qué es lo que podía hacer con él, a lo que respondió que nunca pensó en que fuera capaz de esto, que quería que lo liberaran de esta celda. La señora Reilly le contestó que eso no estaba en sus manos, que los médicos iban a decidir su alta.

Los días comenzaron a correr de una manera abrumadora, cada vez más la medicación lo envolvía en un mundo extraño, plagado de fantasías descabelladas, que una vez vivenciadas las relataba excitado en el cuaderno que le habían prestado. Ya eran como cien las páginas que había escrito, le quedaba poco al cuaderno y mucho a su imaginación. Decidió escribirle una carta a Myrna para ver si ella podía hacer algo para salvarlo, necesitaba su ayuda, así que lo hizo y le pidió a su madre que por favor la enviara.

Luego de meses recibió la visita de Myrna en el Hospital, se presentó sin previo aviso. Hablaron largo tiempo, él le suplicó que convenciera a los médicos que él ya se encontraba mejor, que ella se haría cargo de su cuidado. Así que ella hizo el intento, prometió cuidarlo, darle su medicación, llevarlo a los controles y de esa forma los médicos aceptaron la propuesta de ella.

A los pocos días estaban juntos Myrna y Ignatius, viviendo en una habitación de una pensión cercana al Hospital. Ella lo cuidaba noche y día, él cada vez estaba mejor, seguía con sus notas, era una verdadera terapia para él. Con el tiempo la medicación fue menguando, hasta desaparecer por completo, Ignatius estaba realmente como nuevo, con expectativas en su futuro, retomaría sus proyectos políticos pero esta vez junto a Myrna. Esto dependía de ella, ella lo había salvado, rescatado.

“Miró agradecido la nuca de Myrna, la cola de caballo que golpeaba inocente sus rodillas. Gratamente. Qué irónico, pensó Ignatius. Y, tomando la cola de caballo con una de sus manazas, la apretó cálidamente contra su húmedo bigote.”


Inspirado en el texto de John Kennedy Toole

domingo, 24 de octubre de 2010

Los treinta y tres mineros… bendita oscuridad.

Fue un día como cualquier otro, Ernesto se levantó a las seis de la mañana, desayuno tranquilo, total tenía tiempo. Tomó sus elementos de seguridad, la vianda del almuerzo y partió hacia su trabajo.

A las siete y cuarto todos se encontraban listos para realizar las tareas habituales. Así que se sumergieron en la tierra que los esperaba paciente.

Era un simple minero de 21 años de edad, que hacía un tiempo había comenzado a trabajar debido a que lo habían despedido de una empresa de seguridad, así que le pareció una muy buena opción la minería. Sus días transcurrían de su casa al trabajo y si le quedaba un poco de tiempo iba al gimnasio a cumplir con su rutina diaria. No tenía amigos, era un hombre bastante solitario, que hacía que su soledad se sintiera a miles de kilómetros de distancia. Nadie entendía esto, porque era una persona muy sociable, pero alguien de pocos amigos, digamos que sólo un par. Vivía con su madre en una humilde casa en un barrio bastante pobre. El dinero nunca alcanzaba para llegar a fin de mes, pero se las arreglaba para subsistir.

Mientras escavaban en esa tierra, nunca imaginaron lo que les depararía, de golpe se sintió un fuerte temblor, que desestabilizo a todos los operarios de la mina, una explosión arremató su espanto y a los pocos segundos estaban acorralados a setecientos metros bajos tierra, devorados por ese manto marrón que de ahora en más se convertiría en su refugio vaya a saber por cuánto tiempo más. Algunos lloraron de desesperación, otros cundieron en pánico, unos pocos trataron de calmar al resto, pero era imposible, el caos había entrado en la vida de estos mineros que a partir de este momento dependía su suerte del destino cruel que les había deparado esta trampa. Fue una emboscada de este laberinto de tierra húmeda, que sucumbe en el silencio de las profundidades. No había salida, ahora había que esperar que los pudieran encontrar y así rescatar. No perdían las esperanzas, rezaban todo el día, se reunieron por grupos, eran treinta y tres hombres ardiendo en un éxodo no elegido. Eran once por cada grupo, que se ocupaban de diferentes tareas, como por ejemplo buscar alimentos para racionalizar, tratar de hacer pozos para que puedan defecar sin contaminar el lugar, mantener limpio los rincones que habitaban. El día era una profunda oscuridad, plagada de temor, interrogantes que se extendían hasta aturdirlos con pesadillas sin fin… No podían ver la luz del día, sus ojos ya se habían acostumbrados a la negrura, cada segundo duraba una eternidad, cada minuto era un inmaculado desgarro por no poder salir. El encierro consumió sus carnes, sus pensamientos se enflaquecieron, había anorexia de esperanzas, el sudor matutino teñía su piel mugrienta con una pincelada de agua salada.

Una tarde uno de sus celulares comenzó a sonar, no entendían nada, atendieron desesperados era un hombre, que ninguno conocía pero que iluminaba su camino nuevamente. Les preguntó cómo se encontraban, si podían precisar las coordenadas por donde se hallaban, así que le pasó el teléfono a Ricardo, que le indicó exactamente en donde estaban. Les dijo que se tranquilizaran, que lo importante es que estuvieran sanos, que dentro de un tiempo los iban a poder rescatar. Esa llamada los vitalizó, les inyecto nuevas esperanzas. Los días seguían corriendo y sin novedades, sobre la pared iban haciendo rayitas tachadas para saber cuántos días habían pasado, ya iban 40 días de encierro.

Nunca imaginaron lo que estaban viviendo, era un día como cualquier otro que terminó enterrándolos en el fondo de la tierra.

Arriba prosiguieron con excavaciones sumamente cuidadosas para que no se desbarranque el lugar. Calculaban que en tres meses más los podría sacar, tenían comunicaciones seguidas con los hombres, hasta pudieron tirarles por un agujero que llegaba hasta ese lugar un par de cosas que los hombres les pedían. Tenían toda la fe que tarde o temprano los sacarían de ese infierno, sólo había que tener paciencia, esperar… no quedaba otra.

Pasó un mes más y los mineros no veían la hora de ver la luz. Cada vez más sus fuerzas se iban debilitando. Los rezos no cesaban, no tardaron en derramar lágrimas de cristal que se deslizaban sobre la tierra que habitaba en sus mejillas. Guardianes de intrusos en la obscuridad, desnudos de libertad, sofocaron sus ahogos, un ángel los rodeó con un cordón de luz, que perfiló un nuevo día naciente. Bendita oscuridad reflejada en cada mirada, en cada palabra silenciada.

A mitad del próximo mes tenían la noticia de que por fin los rescatarían muy pronto, ya estaban muy cerca de ellos, los podían oír. Llegó el gran día y las noticias del mundo posaban sus ojos en el rescate de estas personas perdidas hace ya tres meses y medio. A medianoche se probó la máquina que se encargaría de todo. El primer rescatista que bajó fue un excito, los mineros estaban felices, no lo podían creer, y con el tiempo fueron saliendo uno a uno. El reencuentro con sus familiares, la alegría de estar de nuevo sobre tierra firme. Habían vuelto a nacer, la tierra los había parido nuevamente.

Ernesto al salir no lo podía creer, fue una agonía interminable, aquel viaje a los suburbios de la tierra que los envolvió por ese tiempo. Juró nunca más dedicarse a las minas, su vida debería cambiar de una vez y para siempre. Se relajaría un poco más y trataría de vivir la vida en compañía, eso lo aprendió en ese tiempo, que es fundamental el poder compartir con otros los momentos importantes de nuestras vidas. Somos seres relacionales, que necesitamos del otro como de la luz y de la libertad, sólo que a veces cuesta entenderlo, por miedo, por frustración, por no saberlo. Pero Ernesto ya había aprendido la lección y de ahora en más la pondría en práctica.

Escribir

‎"Escribir es como abrazar un cuerpo que no está..."


En la inmensidad del silencio gritar un sin nombre

de recuerdos petrificados por el aroma de tu piel.

Dibujar garabatos sobre la arena esparcida

por los manantiales de fresas frescas.

Acartonar figuras de papel

que se marchitan por el calor de tu mirada recelosa.

Las palabras invaden el pedestal

de tu amanecer cubierto de mentiras.

En tu mirada algo hallé que me hizo olvidar

las lágrimas que recorrían mis mejillas entristecidas.

Y así comencé a escribir sobre estelas desparramadas

sobre lagos artificiales que socavaban mi soledad certera.

Las voces se amontonaban,

hacían bullicios de desesperación por aparecer en la letra de tu canción.

martes, 21 de septiembre de 2010

Adios de verano

Era una tarde de verano, un calor insoportable, en la vereda de la calle Suipacha, no había un alma. Sólo ella con su silla en la puerta de su casa como esperando que alguien volviera. Con el mate en la mano, recorría el barrio con sus ojos saltones. Respiraba cansada, agotada por el trabajo familiar, que tanto la consumía.


Al mediodía entró a su casa a preparar la comida. Algo livianito para que no le caiga mal a nadie, una ensaladita completa era su preferida, eso es lo que se haría. Sonó el teléfono, hacía mucho tiempo que no pasaba, ya no recordaba ese sonido. No reconoció aquella voz que la llamaba, era extraño, le preguntaban por un hombre que hacía años se había ido de esa casa. Le costó incluso recordar su nombre, cuando lo hizo memorizó su cuerpo, su piel, su rostro, sus manos y un escalofrío la recorrió. Contestó que no sabía nada de él, que hacía años se había ido y que no tenía idea de su paradero.

Al cortar su mente comenzó a divagar por el pasado habitado por este hombre que un día amo locamente. Los días empezaron su recorrido por momentos ya sucumbidos hace tiempo. Intentó apaciguar los recuerdos de un ayer vivido a la sombra de aquel que un día decidió irse para no volver jamás. Buscó por todos lados algo que la rescatara de la memoria plagada de nostalgias ajenas porque nunca había sido ella la que tomó la decisión de terminar.

Después de comer decidió embarcarse en la búsqueda de aquel personaje, no sabía por dónde empezar, qué lugares recorrer. Por más que la temperatura seguía en aumento, decidió salir a buscarlo. Comenzó por los bares de la ciudad, bodegones de mala muerte más bien; pero nada en ningún lado, ningún rastro. Llevó una foto consigo para ver si alguien lo reconocía, pero no tuvo suerte.

Después se dirigió al club mitre donde solía encontrarse con sus amigotes. Por fin lo encontró, borracho, al punto de no reconocer su nombre cuando lo llamó. Se acercó a él, lo zamarreó un poco para que reaccione.

_ Raúl!? ¿Me escuchas? Necesito que hablemos.

_ ¿Quién sos? ¿Qué querés de mí?

_Soy Paula, tu ex mujer. Quiero que me digas por qué te fuiste, por qué me abandonaste sin ninguna explicación.

_ No sé, pasó mucho tiempo, era más joven, con ganas de vivir la vida y a tu lado no podía. No quise lastimarte, fue lo mejor que podía hacer.

_ Si eras libre, hacías lo que querías. Nunca te hice problemas por nada, debí ser más dura con vos. No valió la pena el esfuerzo que hice para mantener viva la pasión que un día sin pensar destruiste.

_Paula no vengas ahora con este tipo de planteos, no los necesito. ¿Para qué me buscaste?

_ Para saber lo que te pregunté. No vales nada, sos un borracho que no sabe lo que quiere de su vida, definitivamente fue lo mejor. Tal vez no era el modo pero bueno no te puedo pedir más nada.

Se retiró pensativa, creyendo que ya no había nada más que hacer en ese lugar. En esas condiciones no podía esperar nada de aquel hombre que un día amo. Las lágrimas rodaron por su rostro despidiendo a algo que no pudo ser, que jamás fue.

Con el tiempo comprendió que era lo mejor no volver a saber nada de él, recomenzar con su vida, elegir otras cartas, barajar de nuevo.

sábado, 21 de agosto de 2010

Perdida entre comidas

Ansiosa esperaba que llegase su turno, hacía ya media hora que estaba en ese lugar pulcro, sin marcas, sin huellas pasadas. Hacía tiempo que había prometido ir a ver a su médico, tenía sus últimos análisis encima, los cuales sinceramente dejaban mucho que desear.


En el último tiempo había como una fuerza incontrolable que no la dejaba cuidarse. Tenía diabetes, era insulino-dependiente, y por más que tratara siempre aparecía en su bolsillo un chocolate, unas masitas dulces, que hacían desestabilizar su organismo rápidamente. Cada vez era peor, las tentaciones, los kioscos estaban aguardándola en cada esquina, sin titubeos, se convertían en órdenes sus deseos de comer algo no permitido.

Era como una muerte lenta, sabía que su no cuidado a la larga le iba a cobrar con intereses pero parecía no importarle o por lo menos no manifestaba angustia.

Después de otros quince minutos su médico la llamó. Esta vez la consulta duró más de lo habitual, él trató de indagarla para ver qué es lo que le estaba sucediendo, que no podía cumplir con el plan, ni cuidarse. Los análisis eran un fiel reflejo de su no cuidado. Ella no sabía que responderle, no tenía la respuesta, lo que sí hizo fue pedirle ayuda, rogarle que le diera él la respuesta que tanto buscaba. Pensativo, taciturno, él decidió entregarle una receta con la posibilidad de que esta vez los resultados de sus análisis fueran distintos. Él creía en ella, en que pudiera conseguirlo.

Ella salió un poco más aliviada, desparramar su pesar le había hecho bien. No entendía como siendo tan joven, no podía conseguir lo que quería. Esta puta enfermedad era silenciosa, los estragos que hacía en su cuerpo con el tiempo los vería, ahora era demasiado temprano, si aunque fuera ella le fuese dando señales, o avisando que con ella no se jode, pero no ningún signo de interrogación, ninguna palabra, ningún síntoma que complicara un poco su pasar. Quería intentarlo, por momentos lo lograba pero después de un tiempo no muy lejano, aparecía nuevamente la tentación, y la incorruptible demanda caprichosa era saciada hasta el hartazgo.

Una vez más como todas las mañanas decidió apostar por su vida, por empezar nuevamente, por no bajar los brazos, no estaba segura, pero quería logarlo. Cada paso se convertía en una revelación, cada latido era un agradecimiento, cada respiro una absolución, la sentencia no estaba resuelta, sus días comenzaban a tener más luz, se sentía distinta, con más fuerzas, menos vulnerable, no había nada que pudiera detenerla, sólo ella misma podía poner un freno a tanta compulsión, a tanto malestar disfrazado de satisfacción.

Como tantas veces volvió a empezar, a recorrer el camino ya conocido pero nunca concluido. De vez en cuando una ráfaga de viento sopla en su cara le recuerda que está viva, que puede alcanzar su objetivo, que nada es imposible. Si tan sólo pudiera repetir los cuidados unos tras otro para llegar a su meta ansiada, no era tan difícil, podía lograrlo. Sin querer comenzó cavilar sobre lo intransigente de sus decisiones, sobre lo efímero de los días sin vuelo.

Camina por la acera sin detenerse a pensar por su futuro, sin preocuparse por qué es lo que pasará mañana. Sin parase en las esquinas, se refugia en un sin lugar que habita el olvido de un hombre que un día le prometió cuidarla y que ya no estaba a su lado. Mutilada por el recuerdo que reverdecía en cada paso, sus lágrimas recorrían su rostro pintando una sintonía que escuchó hace ya mucho tiempo. Es increíble como el pasado te puede perseguir al punto de no dejarte respirar, cortando todas las posibilidades de un comienzo distinto, nuevo… la respiración comenzó a acelerarse, parecía que su corazón se le iba a salir por su boca. Sus pensamientos empezaron a desparramarse por el aire suponiendo que alguien los iba a hilvanar, pero nada de eso sucedía, parecían una catarata descontrolada que se esparcía por todos lados. Finalmente pasó por la puerta de un kiosco y lo esquivo, como si hubiese visto al mismo diablo.

Tanto esperar el problema volvió a aparecer, como un remolino de ansiedad hizo que se mordiera los labios hasta sangrar. No sabía que hacer, todo era demasiado complicado, no era como siempre una recaída, podía culminar en un atracón que iba a durar días en sanar. Rezaba para no tener que pasar por otro kiosco que iba a impedir seguir con su cuidado. Pero no todo es tan fácil, una vez más pasó por la puerta de un kiosco y no se pudo resistir y entró. Se compró dos chocolates con maní, uno de sus preferidos, se largó y comenzó a degustarlos despacio sin apuro. Ahora si se detenía con cada paso, lo saboreaba en cada bocado, lo hacía durar interminablemente. Hasta que todo llegó a su fin y de repente no tenía más. Su culpa fue en aumento, los remordimientos comenzaron a rondar a la vuelta de la esquina, persiguiendo un perdón infundado.

Herida buscó su lápiz y se inyectó insulina para paliar las consecuencias de su acto. Recordó su promesa, la frustración inundó esta vez su ser. Cayendo en un vacío sin final, se apagó la luz que irradiaba, esta vez era como tantas otras veces que la recaída parecía romper el reloj que marcaba las horas de un cuidado inestable, pendiente de un haz tan finito que con cada minuto podía cortarse. No fue suficiente su pesar, desequilibrada pensó en cualquier cosa para salir de esa tempestad que la envolvía.

Excepción de olvido, resumen de fotos desgastadas por el tiempo que no sucedió, cantaros de pesadillas, inmaculada sarampión que invade los pueblos cercanos al valle de la desesperación. Nunca fue fácil, lo intentó, pero no pudo lograrlo, su arrepentimiento cubrió con un manto gris la estepa de su cuerpo. Deseo quebrado en mil pedazos de chocolate con maní, esparcido por toda la sangre azucarada, que recorre su cuerpo lenta y minuciosamente.

Una vez más lo intentará, no sabemos si lo logrará, al menos será un comienzo como tantos otros plagados de esperanzas efímeras, que se diluyen en el jazmín del destierro. Un día más que ya nos dictará como sale.

miércoles, 21 de julio de 2010

Madres II...?

No sé que me sucedió, no sé cómo pude hacerlo, lo único que se es que cada vez que la veía veía ese rostro. Ahora es tarde para arrepentimientos, lo único que queda en mis manos es la sangre derramada por una hija que tuve en mi vientre nueve meses.

El recuerdo de aquellos días, el día que me violaron, lo llevo tatuado con fuego lento. Fruto de ese pecado sin penitencia legó a mi vida una criatura que vino a recordarme al hombre que más odié. No pude soportar ver su mirada en la mirada de esa niña, no pude comprender que ella no era la culpable, pero era su descendencia, su sangre, sus genes.

Todo fue un impulso, no lo pensé demasiado tiempo, sólo seis días vivió esa niña llamada Dolores. Mártir de un padre que la procreó sin consentimiento, sin amor. Un día la encontraré y a lo mejor comprenda a esta madre inundada por su nombre, por la angustia de no poder separar dos cuerpos.

Empuñada con el cuchillo entre las manos, descuarticé a ese ángel, lo hice pedazos, lo trocé cual presa de carne. Cuando me vi terminando aquel espantoso acto comprendí que había matado al ser equivocado que por ese motivo iba a tener que pagar un precio muy alto.

Dibujada la escena se presenta en mis ojos cada despertar, porque también era carne de mi carne, pero estaba contaminada por el hedor de un hombre despreciable. Hundió su vientre con el mío para colmarme de un placer prohibido, de una siniestra emoción que al día de hoy me acompaña.

viernes, 9 de julio de 2010

Madres...?

Perdidas en los pensamientos de un suicidio en conjunto están hundidas esas mujeres que sin poder trasladarse a otro tiempo, huyen de esta realidad sin arrepentirse del sufrimiento que causaran a esas pobres almas que dependen de ellas.
Desconcierto de emociones mezcladas por no saber qué camino elegir, que rumbo seguir. No hay palabras para expresar este acto que repulsa la generación a un hueco sin final. Absorbidas por la tristeza y la furia deambulan en un espacio sin tiempo que predice la muerte inminente.
Desechas por la incertidumbre de lo que implica el más allá de un mañana sin futuro que se asoma por la superficie de una tempestad que se avizora un poco a lo lejos. Mujeres agotadas por la espera eterna de algo que no llega a tiempo ni a lugar.
Mareadas por momentos de desolación se asustan por el después, aunque ellas no lo vivirán. Creen que es la mejor manera de ser, de ser esa palabra lejana para ellas, de ser aquella que arrope al niño del frio, aquella que daría su vida por él, y por eso le quita su vida para luego ella desaparecer de la misma forma.
Trágico acontecimiento que derrama locura y muerte. Nadie se acuerda cómo comenzó a idearse sólo se sabe lo ocurrido, pero no quedan testigos, sólo unas lagrimas derramadas por los seres queridos que sobrevivieron a aquella situación.
Mujeres que no quieren descendencia, que maltratan su linaje, sin reparar en las consecuencias. Enraizadas en los jardines del olvido, no cuentan las rayuelas que podrían saltar, sin llegar al cielito lindo. Como un cuenta gotas se perfilan en hileras hacia un infierno desconocido, temido.
Aturdidas por los sentimientos que no paran de gritar sálvate!!! se escabullen en un trascender sin mañana. Porque mañana no existe, mañana no llega, sino que desespera.
Como si fuera una mercancía más, finge no tener un centavo para cambiarla y decide desecharla como basura ecológica que libera impurezas. Silencio perpetuado en un te quiero jamás pronunciado.
Sin matices su angustia se traspola en desesperación incontrolada, sucumbiendo en los cimientos de un amor que no fue. No hay instinto, no hay marcas visibles, no hay resurrección, no hay maleficios, solo desesperanza teñida de negro.
Miradas que no producen un ver sino que opacan la luz del día que se asoma por la ventana. Vientos cruzados que esparcen la agonía del no poder, la imposibilidad de amar.
Un salto al vacío y la eternidad los esperará derrapando las tristezas que anidan en sus cabellos. Ilusionista de un porvenir siniestro que recorta cicatrices de los cuerpos abandonados por el sideral espacio.
Viñetas desteñidas por el paso del tiempo. Inexplicable suceso que irrumpe en la vida de personitas que sin querer fueron a despertar en el más allá junto a ellas. Atadas a un pasado sin gloria gravitan entre la estela que dejó el sufrimiento de no ser mamá, no porque no pudieran sino porque no lo elegían. Sólo eran un pedazo de carne, un pulpo sin hoyuelos, que raspan y gritan en la asfixia de un abrazo esperado que nunca fue.
Atormentadas por el acontecimiento que iban a cometer, arrebatadas por el vacío de vivir sin aliento para sus hijos, sin palabras para donarles, sin patrones de referencia, perdidas en la nebulosa de incertidumbres, son lanzadas a la nada de su existencia, de su descendencia que desaparece, tras un ruido ensordecedor.
“En general, hay muy poca información sobre las motivaciones del filicidio; eso es porque el/la homicida se suicida después de matar al hijo, o porque simplemente declara no acordarse de nada, y el caso se liquida con la atribución de una presunta enfermedad mental. Hay también varios casos de filicidio catalogados bajo el “síndrome de Medea”, que es el caso del progenitor que mata al hijo para herir al consorte.”[i]
“El monólogo muestra que los hijos son suyos, son objetos de la madre, y ella puede hacer con ellos lo que quiere. Son tan suyos que finalmente se decide a matarlos para que no sean presos del enemigo, es decir, que les da la muerte por su bien.”[ii]
Es un tema que nos lleva a investigar diferentes motivaciones y razones. “Si sostenemos que el sistema del capitalismo, acoplado a la ciencia, forcluye el amor, destinándole al hombre una posición de objeto, de desecho, también los hijos se presentan como tales; especialmente aquellos que en los primeros años de vida no representan un valor de mercado y son entonces descartables.”[iii]
“Hay un silencio que asombra; una complicidad y temor de familiares, amigos y vecinos; una discreción que llega al autismo social. ¿A nadie pueden recurrir un padre o una madre antes de matar a su niño? ¿No hay palabra? ¿No hay a quién dirigirla? ¿No es escuchada? ¿Qué sucede con el instrumental simbólico?” [iv]
También están los casos en donde las madres padecen el síndrome de Munchausen, éstas causan daño deliberadamente a sus hijos y luego mienten sobre el origen de las extrañas dolencias para satisfacer su enfermiza necesidad de llamar la atención, a veces para salvar su matrimonio o ganarse la simpatía de los demás apareciendo como víctimas. “A estas madres les gusta el prestigio social de una enfermedad misteriosa; les gusta la proximidad a los profesionales médicos poderosos; les gusta la atención y el drama, la prisa de la adrenalina del la Sala de Urgencias. Además de eso, algunos parecían obtener satisfacción por aterrorizar a sus niños. “[v]
El misterio que envuelven a estas mujeres sigue interrogando las lógicas de hoy en día que se escabullen en cuestiones éticas, morales, que muchas veces opacan la realidad.
Mujeres, madres, asesinas, filicidas, que nos muestran el horror de la muerte mezclada con la locura de no poder ejercer una función.






[i] Madres y padres que matan a sus hijos Final del formulario
Por LUIGI CORRERA * pagina 12.

[ii] Idem
[iii] Idem
[iv] Idem
[v] Madres que asesinan a sus hijos Una profunda investigación sobre una realidad que pocos se atreven a admitir: el maltrato de los niños por parte de sus madres. Autor: Clara Eugenia Lara Dorantes

domingo, 27 de junio de 2010

En soledad, en silencio...

Me pienso en soledad, en silencio… No puedo alcanzarte, estas demasiado lejos todavía.
Como en un hueco ensordecedor estoy sin un pensamiento que no seas tu. Mi mente te recorre por tus espacios vacios que dejaron un amanecer sin sol. Me despierto entre sombras que tu recuerdo tejió sobre la manta que abriga mis inviernos.
Me siento en soledad, en silencio… Algo ha permanecido inerme al paso de los años.
Como en un solsticio habita mi ser alado por permanecer en un tiempo pasado. De nada vale lo invertido en caricias que se esfuman en el rincón del olvido. Mi cuerpo ya no se reconoce, no siente la soledad que mora en la piel arrumada de tu nombre.

lunes, 14 de junio de 2010

Nadie hay...se fue

El silencio rastrilla el camino del presente
que en retoños se escabulle hasta desaparecer
entre los torbellinos de palabras que inundan
tu paisaje encarcelado por los recuerdos.
La promesa de infinitud quedo clausurada por el beso
que rompió el pacto de quererme siempre.
El olvido arrepentido decidió irse
no lo encuentro por ningún lado
quisiera atraparlo y sujetarlo tan fuerte para poder
escapar de tu mirada ausente.
El tiempo filántropo del pasado
me retiene en un andar pesado
parecido al calor de tu cuerpo añejo.
Las caricias se desvanecieron por el desierto
de cristal que refleja tristezas perdidas
por culpa de un grito de libertad que exigía
salir a la vivir sin presiones,
sin esperas, como si se pudiera
empeñar una piel ajena a la de uno.
El silencio crece, parodiando la tragedia
de una vida sin vos,
sin mí, sin nadie.

sábado, 5 de junio de 2010

Un cuerpo regalado

Un cuerpo enaltecido por los silencios de una pasión sin frenos, sin escape. Un cuerpo envuelto por el fulgor de tus labios que lo recorren por cada espacio hasta hacer un peregrinaje por tus caderas exaltadas. Los labios torpes, sin límites ni horarios cambian la sintonía de tu voz que en silencio pide a gritos una caricia. Caricias que se imprimen en la piel hasta hacerse aparecer por el afligir de una despedida sin adiós. Mentiras que recubren tus manos que se escabullen por el cerco de una plegaria hecha a los santos para que el día de mañana, tú ser siga perpetuando el olvido sin recuerdos entristecidos.
Las piernas entrecruzadas haciéndose uno en la sincopa de una melodía sin acuerdos previos, sin miramientos por la figurabilidad de un ser que se esgrimió en un llanto de placer. La desnudez congelando un desierto de sensibilidad, llevando hasta lo imposible el sudor de tu cuerpo jadeante, que devora la cama por venir a un encuentro furtivo entre dos desconocidos que se abrazan en la noche desértica de una mirada distante, que se aleja de las cosas. Sin un final predecible se esconde el abanico de sentimientos que esparcen por la habitación un sabor amargo a despedida. No se puede gozar con un cuerpo prestado, no se puede gozar cuando un cuerpo es regalado, no se puede tener un cuerpo cuando lo invade la angustia de no ser para otro más que un pedazo de carne.

A las vías del tren

Fue todo tan inesperado que el reloj no tardó en marcar las doce. Un día agotador, lleno de responsabilidades, de obligaciones que no conducen a nada sólo al maldito hábito que nos enceguece día a día.
Sin pensarlo ella salió de su casa, la estaban esperando, llegaba tarde, como siempre. La espera fue tan larga que no dudaron en hostigarla para que se marche bien lejos. No sabía hacia dónde ir, no tenía otros lugares de paso, era como una golondrina en el mes de abril, furtiva, evasiva, sin rumbo preestablecido.
Una vez pasado el desencuentro se reunieron para hacer un festejo, los involucraba a todos por igual en una alegría inexplicable. Todo era demasiado raro, tardaba en darse cuenta que no era para ella. Había alguien más esperando, no estaba tan sola, sólo que no lo notaba, no percibía la ayuda que era estar acompañada.
Fue frágil la despedida, sin sobresaltos, sin lágrimas, pero algo en el andar comenzó a fallar. Sus piernas no le respondían, hacía tiempo se había dejado estar. Su cuerpo envejecido manifestaba el dolor que en su pecho escondía con tantos años de soledad.
Nadie la vio cubrirse la cara para silenciar su llanto, nadie escucho el pedido de ayuda, nadie se preocupó por lo callada de su presencia, nadie vio nada. Ella aprovechó para salir de su casa, caminar unas cuadras y arrojarse a las vías del tren. Hubo una reconciliación con la muerte que la aguardaba en la vuelta de la esquina. Por fin encontró la paz, la muerte, luz blanca vino a rescatarla de sus pesadillas, del mundo en donde estaba encarcelada, porque sin querer saber un adiós sin despedida dejó sucumbir tanto penar en los recuerdos del pasado que sin asfixia lograban invadir su vida.

viernes, 4 de junio de 2010

Un choque inesperado

Una noche como tantas otras salía con mis amigas a divertirnos, a disfrutar de lo que nos depararía el destino. Lloviznaba, en la calle el tránsito parecía darnos piedra libre. Como era una de mis primeras noches al volante decidí estacionar en un lugar donde podía entrar fácilmente y de la misma manera salir. Fuimos primero a un bar de esta ciudad rosarina, La Misión, su nombre profetizaba lo que en esa noche esperábamos que funcione. La misión de encontrar a aquella persona que nos haga estremecer. En el bar eso no se cumplió, así que predispuestas partimos rumbo a un boliche, News 21, donde tal vez encontráramos lo que tanto buscábamos.
La noche nos hallaba desveladas, era temprano todavía, lo mejor no había pasado. Hasta que de pronto doblé a una alta velocidad en Ovidio Lagos y Rivadavia. Un ruido desconcertó al conductor, que en este caso era yo, traté de encontrar el maldito ruido abajo del tablero, pensando que quizá sea la calefacción cuando de golpe mis amigas gritaron FRENA!!! Ya era demasiado tarde, me estampé sobre un auto que estaba esperando que la luz roja le diera paso. Esto no fue todo lo que ocurrió sino que desencadené un cuádruple choque en cadena. Primeriza pero efectiva, la muchachita.
Muerta de miedo me bajé del auto, todos los demás vinieron en busca de datos y de paso ver la cara de esa pobre infeliz que les había arruinado su auto y la noche del sábado. Pero todo no terminó ahí sino que aparecieron de repente unos chicos a prestarnos su ayuda, y hete aquí que uno de ellos logró cumplir la misión. Así que tal vez no estuviera todo perdido y algo nuevo comenzaría en aquel lugar impensado.

El nacimiento

Pilas y pilas de basura desparramadas, desordenadas por toda la casa. Imposible de habitar. Ella no pudiendo desprenderse de las enmarañadas cosas que sin necesitarlo ocupaban un lugar en cada rincón, a cada paso se tropezaba con ellas.
Días perdidos, tachados del almanaque por culpa de no poder salir de ese estrepitoso lugar. Estrepitoso porque salen ruidos por todas partes, pareciera que algún ser extraño se engendró y está con ganas de nacer.
Ella todavía no lo sabe, lo presiente, pero no lo sabe. Los recuerdos son maletas muy pesadas para tener abiertas durante tantos años. Ella dice poder hacerse un lugar entre tanta mugre, tanto pasado no vivido, artificialmente sobrevenido. Lo peor es que no porta pasaporte de regreso, se ha convertido en un laberinto ilógico, que sin salida la deja suspendida entre días pasados turbados por el dolor y la asfixia.
Pronto algo debe cambiar, se debe producir ese giro que tanto espera sin desesperar, porque hoy al pasar la vi recorrer con nostalgia un camino de cenizas, producto del fuego que aquella criatura gigante hizo al nacer. Ya nada queda sólo ella y esa cosa sin nombre que de vez en cuando se acuerda de amamantar.

Escribir

Un día como pocos comencé a escribir algo sobre la arena pero el viento furtivo lo hacía desaparecer rápidamente, eran instantes fugaces lo que duraba cada pincelada. Sin mas lo seguí intentando dejando zambullir mis palabras en el mar que sediento venía en busca de más. Parecía un juego sin finalidad pero lo escrito perdura en la lectura de quien quiere recordarlo, así que más tarde sobre papel volveré a estampar aquellas historias que la playa me prestó. Unas gaviotas revoloteaban haciendo acrobacias acompañando mi escritura como un festín que la tarde invitaba.
Fue maravilloso la experiencia de lo efímero, de lo que se borra sin poder capturarlo mas que en mis pensamientos, de la arena en blanco que cobija nuevas narrativas que el mar absorberá en su inmensidad mientras yo pensativa intentaré acariciar la posibilidad de un cuento que está por nacer.

La soledad

No puedo más, quiero que este pesar llegue a su fin. La infinitud de mi desesperanza aturde los ecos que persiguen una salida, un escape. Algo debe pasar, algo que deje una marca indeleble, una marca que me haga saber que sigo respirando, que mi pulso no se ha agotado.
Soledad aplastante, demoledora de muros que se reconstruyen en un circulo perpetuo, procurando la oscuridad de mi mente, de mis pensamientos que se enceguecen con la luz del día, entonces escapan de ella como huyen de la noche, porque no hay lugar posible para el dolor, para la ausencia del otro, para la desaparición de mi misma.

La despedida

Era tarde, demasiado tarde para una despedida. El auto había partido temprano, y yo inmóvil sin poder decirle nada, sin un abrazo sentido me había quedado, sin palabras para recordar.
Todo era como siempre pero distinto, porque él ya no estaba a mi lado, no lo estaría nunca más. Sin pensarlo las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis ojos opacando el brillo del atardecer tardío que por la calle caía sin prisa. Como caen las hojas de otoño cuando les llega su tiempo, como enmudeció mi pensamiento cuando dijiste que no volverías.

Carta de amor

Amor:
Como empezar esta carta, que en realidad es una demostración del amor que tengo. Apenas te vi en aquella foto, me imaginé a tu lado. Cuando empezamos a chatear saboree el encuentro de dos almas que se conocen. Apareciste sin siquiera saberlo, apareciste inundando todo con la miel de tus labios. Suponiéndote a mi lado, pude soñar que la realidad me había regalado el manantial de tu cuerpo aferrado al mío.
Tus ojos brillan tanto que su luz ilumina todo a su alrededor. Encandilan de a ratos, si los miro fijamente, como si estuvieran prohibidos a la mirada furtiva. Cayendo el día te veo acariciar mi cuerpo con tus manos que recorren cada rincón de mi piel. Me siento estremecer cuando te precipitas y sobre tu lecho repiquetea el sudor de nuestros cuerpos.
Me gustaría poder besarte, poder abrazarte, sentirte nuevamente dentro mío, para saber que no te fuiste, para creer que no te has ido. Solo imágenes vienen a mi mente apaciguando el tormento de no tenerte a mi lado. Porque sin pensarlo, un día te marchaste y fue lo más desagradable de esta historia ya que se empezaba a desdibujar como lo que se escribe sobre la arena. Sólo que tu recuerdo me acompaña por las noches cuando desvelada me despierta el perfume de tu ser.
Me tengo que ir despidiendo pero no tengo ganas de hacerlo, porque así por lo menos te tengo en el papel, es una pena que todo ya haya terminado, aunque para mi vos sigas estando muy presente.
Te dejo un beso grande y un fuerte abrazo.
Te amo y siempre lo haré.

Un día gris

Era un día gris como todos los días en donde el azul de tus ojos se esconde de mi mirada.
Lo intenté, juro que intenté borrarte de mi mente, mas esa nostalgia trémula no dejo de soslayar el resabio de los besos que alguna vez fueron míos.
Besos que la borrachera empañaba con su bufanda de sentidos excitados que aborrajaban las comisuras de mis labios confundidos por el hedor de tu sudor sobre un cuerpo que ya no era el mío.
Absorbida por el fulgor de nuestros cuerpos enredados decidí matar lo poco que quedaba de tu sentir mas era la única salida para tanto dolor agravado por el llanto de esos ojos que no miran más que la oscuridad de la noche.
Obscena noche que recoge las deshilachadas palabras que nombran tu partida del día de mañana. Aunque te fuiste tu olor quedó para hacerme recordar que sigo viva sin vos.
Vivir es una manera de decir porque a estas alturas no hay pena más profunda que saber que una vez te tuve entre mis brazos y un día te fuiste para no volver nunca más.
Maliciosa bondad la de los recuerdos enardecidos como llamas en el desierto de mi mente que no hacen otra cosa que sucumbir en el pecado de pensarte sin pretender reencontrarte a la vuelta de una esquina un día gris como tantos otros. En donde perdida camino sin rumbo, deambulo como sonámbula por tratar de hallar alguna manera de cruzarnos sin prisa para no volver a perderte entre piadosas despedidas, que sólo enceguecen mi ser.

El taller literario II

Los jueves un grupo de personas se reúnen junto con un coordinador en un espacio llamado taller literario. En el se encuentran personas dispuestas a trabajar sobre la singularidad de los textos para transformarlos en un escrito propio.
Se acomodan un una ronda en donde la palabra circula por diferentes momentos hasta alcanzar alguna propiedad nominada por el lector exigente.
Los textos se van tramando con el correr del tiempo, sin prisa pero desarrollando un movimiento sin pausa, alcanzado por el suspiro de algunos melancólicos que subliman en las páginas penas de amor perdidos.
Hay un tiempo en donde el taller se tropieza con un cafecito para compartir anécdotas, historias particulares en donde se le hace un lugar a la realidad que nos golpea sin descanso.
Son dos horas de trabajo, repletas de momentos de placer en donde el escribir sigue siendo posible.

El taller literario

Como cada jueves nos encontramos para paliar la saciedad de lecturas, de comentarios, de escrituras…
El lugar es perfecto nos cobija entre sillones de colores; la habitación repleta de libros, rodeada de cuadros y objetos que a simple vista parecen cobrar vida nos dan la bienvenida.
Todo posee un tiempo que nos invita a las asociaciones, a los hilados de pensamientos que se enhebran para terminar en una hoja de papel, o talvés en un encuentro con la palabra convertida en silencio.
Mas en oportunidades ese silencio se conspira hasta ser un aullido de poemas que se regocijan entre citas de Cortázar, Barthes, Borges…
Después se precipita el momento del cafecito donde las anécdotas son las protagonistas, intercambios de vivencias que se entreveran con palabras alusivas a algún rincón del mundo a donde nos llevan los recuerdos del ayer.

El gran partido

Ansioso, esperando que la pelota llegue, los demás corrían tras ella; como un fusil incontrolable iba acercándose cada vez más. Expectante, como la primera vez, luego de tanto tiempo, me encontraba de nuevo en el mismo lugar, con las mismas piernas y un par de nuevas, viendo a los chicos enfebrecidos por el fulgor del partido.
Impactado por el febril descontrol del medio campo, que gambeta tras gambeta enraizaban una gran jugada del equipo contrario. Todo parecía que inmóvil no me podía quedar, debía ponerme en acción para ayudar a mi gente. Los muchachos solos no podían hacer nada, ahora era mi turno. Para demostrarles que todavía podía hacerlo, para demostrarme que no todo estaba perdido. No quedaba mucho tiempo, la hora del desenlace se precipitaba. Mi corazón se agitaba como un corcel embravecido, no lo podía controlar. Todo duró una eternidad hasta que de pronto la pelota estrepitosa golpeó contra una de mis piernas de madera, rebotó y un jugador le dio un pelotazo que terminó entre mis brazos y con el cuerpo tirado en el piso, las lágrimas por mis ojos comenzaron a salirse.

La angustia...

El 14 de marzo de 1983 había nacido Lucrecia, la hija primigenia de la familia Órzales. Fue esperada durante tanto tiempo, que en el pueblo ya hacía mucho se hablaba de ella. Con los primeros pasos se hizo realidad el sueño de una niña corriendo por los jardines de la casa. A la pequeña le gustaba pintar flores sobre manteles de hilo blanco.
Los años pasaron Lucrecia fue creciendo y fue convirtiéndose en una mujercita a la cual los hombres la seguían noche y día. Cansada de que tanto la idolatren se buscó a una persona que la respetara pero sin demasiado esmero. Nadie entendía como terminó en una relación así, entre tantas ofertas que tenía.
Con el correr del tiempo a Lucrecia comenzaron a verla cada vez menos por las calles, nadie sabía nada de ella. Ni siquiera conservaba el gusto del bordado de manteles. Parecía haber envejecido más de lo habitual, en su rostro no se dibujaba nunca más una sonrisa.
Una tarde la encontraron ahorcada en su casa, parecía un suicidio pero los policías insistían en investigar la causa. En la escena del hecho ella vestía uno de los manteles bordados por ella pero esta vez sus flores eran negras y blancas. No había dejado ninguna carta, en su cara se podían rastrear los surcos que dejaron las lágrimas que derramó. Su marido parecía muy asombrado por lo sucedido, pero poco conmovido. Se convirtió en el principal sospechoso, por la relación que los unía, pero no había ninguna prueba en su contra.
Con el paso de las estaciones la investigación se cerró, fue un suicidio, sentenció el fallo. Lo que se halló luego de una pormenorizada búsqueda fue un renglón donde se escribía: la angustia me consumió mi ser…