viernes, 4 de junio de 2010

La angustia...

El 14 de marzo de 1983 había nacido Lucrecia, la hija primigenia de la familia Órzales. Fue esperada durante tanto tiempo, que en el pueblo ya hacía mucho se hablaba de ella. Con los primeros pasos se hizo realidad el sueño de una niña corriendo por los jardines de la casa. A la pequeña le gustaba pintar flores sobre manteles de hilo blanco.
Los años pasaron Lucrecia fue creciendo y fue convirtiéndose en una mujercita a la cual los hombres la seguían noche y día. Cansada de que tanto la idolatren se buscó a una persona que la respetara pero sin demasiado esmero. Nadie entendía como terminó en una relación así, entre tantas ofertas que tenía.
Con el correr del tiempo a Lucrecia comenzaron a verla cada vez menos por las calles, nadie sabía nada de ella. Ni siquiera conservaba el gusto del bordado de manteles. Parecía haber envejecido más de lo habitual, en su rostro no se dibujaba nunca más una sonrisa.
Una tarde la encontraron ahorcada en su casa, parecía un suicidio pero los policías insistían en investigar la causa. En la escena del hecho ella vestía uno de los manteles bordados por ella pero esta vez sus flores eran negras y blancas. No había dejado ninguna carta, en su cara se podían rastrear los surcos que dejaron las lágrimas que derramó. Su marido parecía muy asombrado por lo sucedido, pero poco conmovido. Se convirtió en el principal sospechoso, por la relación que los unía, pero no había ninguna prueba en su contra.
Con el paso de las estaciones la investigación se cerró, fue un suicidio, sentenció el fallo. Lo que se halló luego de una pormenorizada búsqueda fue un renglón donde se escribía: la angustia me consumió mi ser…

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