domingo, 27 de junio de 2010

En soledad, en silencio...

Me pienso en soledad, en silencio… No puedo alcanzarte, estas demasiado lejos todavía.
Como en un hueco ensordecedor estoy sin un pensamiento que no seas tu. Mi mente te recorre por tus espacios vacios que dejaron un amanecer sin sol. Me despierto entre sombras que tu recuerdo tejió sobre la manta que abriga mis inviernos.
Me siento en soledad, en silencio… Algo ha permanecido inerme al paso de los años.
Como en un solsticio habita mi ser alado por permanecer en un tiempo pasado. De nada vale lo invertido en caricias que se esfuman en el rincón del olvido. Mi cuerpo ya no se reconoce, no siente la soledad que mora en la piel arrumada de tu nombre.

lunes, 14 de junio de 2010

Nadie hay...se fue

El silencio rastrilla el camino del presente
que en retoños se escabulle hasta desaparecer
entre los torbellinos de palabras que inundan
tu paisaje encarcelado por los recuerdos.
La promesa de infinitud quedo clausurada por el beso
que rompió el pacto de quererme siempre.
El olvido arrepentido decidió irse
no lo encuentro por ningún lado
quisiera atraparlo y sujetarlo tan fuerte para poder
escapar de tu mirada ausente.
El tiempo filántropo del pasado
me retiene en un andar pesado
parecido al calor de tu cuerpo añejo.
Las caricias se desvanecieron por el desierto
de cristal que refleja tristezas perdidas
por culpa de un grito de libertad que exigía
salir a la vivir sin presiones,
sin esperas, como si se pudiera
empeñar una piel ajena a la de uno.
El silencio crece, parodiando la tragedia
de una vida sin vos,
sin mí, sin nadie.

sábado, 5 de junio de 2010

Un cuerpo regalado

Un cuerpo enaltecido por los silencios de una pasión sin frenos, sin escape. Un cuerpo envuelto por el fulgor de tus labios que lo recorren por cada espacio hasta hacer un peregrinaje por tus caderas exaltadas. Los labios torpes, sin límites ni horarios cambian la sintonía de tu voz que en silencio pide a gritos una caricia. Caricias que se imprimen en la piel hasta hacerse aparecer por el afligir de una despedida sin adiós. Mentiras que recubren tus manos que se escabullen por el cerco de una plegaria hecha a los santos para que el día de mañana, tú ser siga perpetuando el olvido sin recuerdos entristecidos.
Las piernas entrecruzadas haciéndose uno en la sincopa de una melodía sin acuerdos previos, sin miramientos por la figurabilidad de un ser que se esgrimió en un llanto de placer. La desnudez congelando un desierto de sensibilidad, llevando hasta lo imposible el sudor de tu cuerpo jadeante, que devora la cama por venir a un encuentro furtivo entre dos desconocidos que se abrazan en la noche desértica de una mirada distante, que se aleja de las cosas. Sin un final predecible se esconde el abanico de sentimientos que esparcen por la habitación un sabor amargo a despedida. No se puede gozar con un cuerpo prestado, no se puede gozar cuando un cuerpo es regalado, no se puede tener un cuerpo cuando lo invade la angustia de no ser para otro más que un pedazo de carne.

A las vías del tren

Fue todo tan inesperado que el reloj no tardó en marcar las doce. Un día agotador, lleno de responsabilidades, de obligaciones que no conducen a nada sólo al maldito hábito que nos enceguece día a día.
Sin pensarlo ella salió de su casa, la estaban esperando, llegaba tarde, como siempre. La espera fue tan larga que no dudaron en hostigarla para que se marche bien lejos. No sabía hacia dónde ir, no tenía otros lugares de paso, era como una golondrina en el mes de abril, furtiva, evasiva, sin rumbo preestablecido.
Una vez pasado el desencuentro se reunieron para hacer un festejo, los involucraba a todos por igual en una alegría inexplicable. Todo era demasiado raro, tardaba en darse cuenta que no era para ella. Había alguien más esperando, no estaba tan sola, sólo que no lo notaba, no percibía la ayuda que era estar acompañada.
Fue frágil la despedida, sin sobresaltos, sin lágrimas, pero algo en el andar comenzó a fallar. Sus piernas no le respondían, hacía tiempo se había dejado estar. Su cuerpo envejecido manifestaba el dolor que en su pecho escondía con tantos años de soledad.
Nadie la vio cubrirse la cara para silenciar su llanto, nadie escucho el pedido de ayuda, nadie se preocupó por lo callada de su presencia, nadie vio nada. Ella aprovechó para salir de su casa, caminar unas cuadras y arrojarse a las vías del tren. Hubo una reconciliación con la muerte que la aguardaba en la vuelta de la esquina. Por fin encontró la paz, la muerte, luz blanca vino a rescatarla de sus pesadillas, del mundo en donde estaba encarcelada, porque sin querer saber un adiós sin despedida dejó sucumbir tanto penar en los recuerdos del pasado que sin asfixia lograban invadir su vida.

viernes, 4 de junio de 2010

Un choque inesperado

Una noche como tantas otras salía con mis amigas a divertirnos, a disfrutar de lo que nos depararía el destino. Lloviznaba, en la calle el tránsito parecía darnos piedra libre. Como era una de mis primeras noches al volante decidí estacionar en un lugar donde podía entrar fácilmente y de la misma manera salir. Fuimos primero a un bar de esta ciudad rosarina, La Misión, su nombre profetizaba lo que en esa noche esperábamos que funcione. La misión de encontrar a aquella persona que nos haga estremecer. En el bar eso no se cumplió, así que predispuestas partimos rumbo a un boliche, News 21, donde tal vez encontráramos lo que tanto buscábamos.
La noche nos hallaba desveladas, era temprano todavía, lo mejor no había pasado. Hasta que de pronto doblé a una alta velocidad en Ovidio Lagos y Rivadavia. Un ruido desconcertó al conductor, que en este caso era yo, traté de encontrar el maldito ruido abajo del tablero, pensando que quizá sea la calefacción cuando de golpe mis amigas gritaron FRENA!!! Ya era demasiado tarde, me estampé sobre un auto que estaba esperando que la luz roja le diera paso. Esto no fue todo lo que ocurrió sino que desencadené un cuádruple choque en cadena. Primeriza pero efectiva, la muchachita.
Muerta de miedo me bajé del auto, todos los demás vinieron en busca de datos y de paso ver la cara de esa pobre infeliz que les había arruinado su auto y la noche del sábado. Pero todo no terminó ahí sino que aparecieron de repente unos chicos a prestarnos su ayuda, y hete aquí que uno de ellos logró cumplir la misión. Así que tal vez no estuviera todo perdido y algo nuevo comenzaría en aquel lugar impensado.

El nacimiento

Pilas y pilas de basura desparramadas, desordenadas por toda la casa. Imposible de habitar. Ella no pudiendo desprenderse de las enmarañadas cosas que sin necesitarlo ocupaban un lugar en cada rincón, a cada paso se tropezaba con ellas.
Días perdidos, tachados del almanaque por culpa de no poder salir de ese estrepitoso lugar. Estrepitoso porque salen ruidos por todas partes, pareciera que algún ser extraño se engendró y está con ganas de nacer.
Ella todavía no lo sabe, lo presiente, pero no lo sabe. Los recuerdos son maletas muy pesadas para tener abiertas durante tantos años. Ella dice poder hacerse un lugar entre tanta mugre, tanto pasado no vivido, artificialmente sobrevenido. Lo peor es que no porta pasaporte de regreso, se ha convertido en un laberinto ilógico, que sin salida la deja suspendida entre días pasados turbados por el dolor y la asfixia.
Pronto algo debe cambiar, se debe producir ese giro que tanto espera sin desesperar, porque hoy al pasar la vi recorrer con nostalgia un camino de cenizas, producto del fuego que aquella criatura gigante hizo al nacer. Ya nada queda sólo ella y esa cosa sin nombre que de vez en cuando se acuerda de amamantar.

Escribir

Un día como pocos comencé a escribir algo sobre la arena pero el viento furtivo lo hacía desaparecer rápidamente, eran instantes fugaces lo que duraba cada pincelada. Sin mas lo seguí intentando dejando zambullir mis palabras en el mar que sediento venía en busca de más. Parecía un juego sin finalidad pero lo escrito perdura en la lectura de quien quiere recordarlo, así que más tarde sobre papel volveré a estampar aquellas historias que la playa me prestó. Unas gaviotas revoloteaban haciendo acrobacias acompañando mi escritura como un festín que la tarde invitaba.
Fue maravilloso la experiencia de lo efímero, de lo que se borra sin poder capturarlo mas que en mis pensamientos, de la arena en blanco que cobija nuevas narrativas que el mar absorberá en su inmensidad mientras yo pensativa intentaré acariciar la posibilidad de un cuento que está por nacer.

La soledad

No puedo más, quiero que este pesar llegue a su fin. La infinitud de mi desesperanza aturde los ecos que persiguen una salida, un escape. Algo debe pasar, algo que deje una marca indeleble, una marca que me haga saber que sigo respirando, que mi pulso no se ha agotado.
Soledad aplastante, demoledora de muros que se reconstruyen en un circulo perpetuo, procurando la oscuridad de mi mente, de mis pensamientos que se enceguecen con la luz del día, entonces escapan de ella como huyen de la noche, porque no hay lugar posible para el dolor, para la ausencia del otro, para la desaparición de mi misma.

La despedida

Era tarde, demasiado tarde para una despedida. El auto había partido temprano, y yo inmóvil sin poder decirle nada, sin un abrazo sentido me había quedado, sin palabras para recordar.
Todo era como siempre pero distinto, porque él ya no estaba a mi lado, no lo estaría nunca más. Sin pensarlo las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis ojos opacando el brillo del atardecer tardío que por la calle caía sin prisa. Como caen las hojas de otoño cuando les llega su tiempo, como enmudeció mi pensamiento cuando dijiste que no volverías.

Carta de amor

Amor:
Como empezar esta carta, que en realidad es una demostración del amor que tengo. Apenas te vi en aquella foto, me imaginé a tu lado. Cuando empezamos a chatear saboree el encuentro de dos almas que se conocen. Apareciste sin siquiera saberlo, apareciste inundando todo con la miel de tus labios. Suponiéndote a mi lado, pude soñar que la realidad me había regalado el manantial de tu cuerpo aferrado al mío.
Tus ojos brillan tanto que su luz ilumina todo a su alrededor. Encandilan de a ratos, si los miro fijamente, como si estuvieran prohibidos a la mirada furtiva. Cayendo el día te veo acariciar mi cuerpo con tus manos que recorren cada rincón de mi piel. Me siento estremecer cuando te precipitas y sobre tu lecho repiquetea el sudor de nuestros cuerpos.
Me gustaría poder besarte, poder abrazarte, sentirte nuevamente dentro mío, para saber que no te fuiste, para creer que no te has ido. Solo imágenes vienen a mi mente apaciguando el tormento de no tenerte a mi lado. Porque sin pensarlo, un día te marchaste y fue lo más desagradable de esta historia ya que se empezaba a desdibujar como lo que se escribe sobre la arena. Sólo que tu recuerdo me acompaña por las noches cuando desvelada me despierta el perfume de tu ser.
Me tengo que ir despidiendo pero no tengo ganas de hacerlo, porque así por lo menos te tengo en el papel, es una pena que todo ya haya terminado, aunque para mi vos sigas estando muy presente.
Te dejo un beso grande y un fuerte abrazo.
Te amo y siempre lo haré.

Un día gris

Era un día gris como todos los días en donde el azul de tus ojos se esconde de mi mirada.
Lo intenté, juro que intenté borrarte de mi mente, mas esa nostalgia trémula no dejo de soslayar el resabio de los besos que alguna vez fueron míos.
Besos que la borrachera empañaba con su bufanda de sentidos excitados que aborrajaban las comisuras de mis labios confundidos por el hedor de tu sudor sobre un cuerpo que ya no era el mío.
Absorbida por el fulgor de nuestros cuerpos enredados decidí matar lo poco que quedaba de tu sentir mas era la única salida para tanto dolor agravado por el llanto de esos ojos que no miran más que la oscuridad de la noche.
Obscena noche que recoge las deshilachadas palabras que nombran tu partida del día de mañana. Aunque te fuiste tu olor quedó para hacerme recordar que sigo viva sin vos.
Vivir es una manera de decir porque a estas alturas no hay pena más profunda que saber que una vez te tuve entre mis brazos y un día te fuiste para no volver nunca más.
Maliciosa bondad la de los recuerdos enardecidos como llamas en el desierto de mi mente que no hacen otra cosa que sucumbir en el pecado de pensarte sin pretender reencontrarte a la vuelta de una esquina un día gris como tantos otros. En donde perdida camino sin rumbo, deambulo como sonámbula por tratar de hallar alguna manera de cruzarnos sin prisa para no volver a perderte entre piadosas despedidas, que sólo enceguecen mi ser.

El taller literario II

Los jueves un grupo de personas se reúnen junto con un coordinador en un espacio llamado taller literario. En el se encuentran personas dispuestas a trabajar sobre la singularidad de los textos para transformarlos en un escrito propio.
Se acomodan un una ronda en donde la palabra circula por diferentes momentos hasta alcanzar alguna propiedad nominada por el lector exigente.
Los textos se van tramando con el correr del tiempo, sin prisa pero desarrollando un movimiento sin pausa, alcanzado por el suspiro de algunos melancólicos que subliman en las páginas penas de amor perdidos.
Hay un tiempo en donde el taller se tropieza con un cafecito para compartir anécdotas, historias particulares en donde se le hace un lugar a la realidad que nos golpea sin descanso.
Son dos horas de trabajo, repletas de momentos de placer en donde el escribir sigue siendo posible.

El taller literario

Como cada jueves nos encontramos para paliar la saciedad de lecturas, de comentarios, de escrituras…
El lugar es perfecto nos cobija entre sillones de colores; la habitación repleta de libros, rodeada de cuadros y objetos que a simple vista parecen cobrar vida nos dan la bienvenida.
Todo posee un tiempo que nos invita a las asociaciones, a los hilados de pensamientos que se enhebran para terminar en una hoja de papel, o talvés en un encuentro con la palabra convertida en silencio.
Mas en oportunidades ese silencio se conspira hasta ser un aullido de poemas que se regocijan entre citas de Cortázar, Barthes, Borges…
Después se precipita el momento del cafecito donde las anécdotas son las protagonistas, intercambios de vivencias que se entreveran con palabras alusivas a algún rincón del mundo a donde nos llevan los recuerdos del ayer.

El gran partido

Ansioso, esperando que la pelota llegue, los demás corrían tras ella; como un fusil incontrolable iba acercándose cada vez más. Expectante, como la primera vez, luego de tanto tiempo, me encontraba de nuevo en el mismo lugar, con las mismas piernas y un par de nuevas, viendo a los chicos enfebrecidos por el fulgor del partido.
Impactado por el febril descontrol del medio campo, que gambeta tras gambeta enraizaban una gran jugada del equipo contrario. Todo parecía que inmóvil no me podía quedar, debía ponerme en acción para ayudar a mi gente. Los muchachos solos no podían hacer nada, ahora era mi turno. Para demostrarles que todavía podía hacerlo, para demostrarme que no todo estaba perdido. No quedaba mucho tiempo, la hora del desenlace se precipitaba. Mi corazón se agitaba como un corcel embravecido, no lo podía controlar. Todo duró una eternidad hasta que de pronto la pelota estrepitosa golpeó contra una de mis piernas de madera, rebotó y un jugador le dio un pelotazo que terminó entre mis brazos y con el cuerpo tirado en el piso, las lágrimas por mis ojos comenzaron a salirse.

La angustia...

El 14 de marzo de 1983 había nacido Lucrecia, la hija primigenia de la familia Órzales. Fue esperada durante tanto tiempo, que en el pueblo ya hacía mucho se hablaba de ella. Con los primeros pasos se hizo realidad el sueño de una niña corriendo por los jardines de la casa. A la pequeña le gustaba pintar flores sobre manteles de hilo blanco.
Los años pasaron Lucrecia fue creciendo y fue convirtiéndose en una mujercita a la cual los hombres la seguían noche y día. Cansada de que tanto la idolatren se buscó a una persona que la respetara pero sin demasiado esmero. Nadie entendía como terminó en una relación así, entre tantas ofertas que tenía.
Con el correr del tiempo a Lucrecia comenzaron a verla cada vez menos por las calles, nadie sabía nada de ella. Ni siquiera conservaba el gusto del bordado de manteles. Parecía haber envejecido más de lo habitual, en su rostro no se dibujaba nunca más una sonrisa.
Una tarde la encontraron ahorcada en su casa, parecía un suicidio pero los policías insistían en investigar la causa. En la escena del hecho ella vestía uno de los manteles bordados por ella pero esta vez sus flores eran negras y blancas. No había dejado ninguna carta, en su cara se podían rastrear los surcos que dejaron las lágrimas que derramó. Su marido parecía muy asombrado por lo sucedido, pero poco conmovido. Se convirtió en el principal sospechoso, por la relación que los unía, pero no había ninguna prueba en su contra.
Con el paso de las estaciones la investigación se cerró, fue un suicidio, sentenció el fallo. Lo que se halló luego de una pormenorizada búsqueda fue un renglón donde se escribía: la angustia me consumió mi ser…