viernes, 24 de junio de 2011

Blancos pétalos sobre blancas sábanas…


Como un torrente de llovizna, se esparció por todos lados tu color blancuzco como la nieve de invierno, tu piel, la mía se estremecieron con cada una de las gotitas que las rozaban, confundiéndose con el sudor de los amantes en el atardecer…



El tiempo dejo de correr, se detuvo unos instantes que fueron eternos, para que podamos reencontrarnos el uno con el otro, reinventando un amor que no pudo ser, y que tampoco será; porque de él se desprenden las metáforas aún no metaforizadas, no hechas canciones recitadas por antiguos juglares que se esconden ante el público de Uma y sus curiosos ojos que no cesan de repetir la búsqueda por el infinito y sus cualidades difusas…



El viento golpea nuestros rostros, le pinta arrugas gastadas de tanto reír, de tanto llorar, porque las lágrimas surcan tu cara blanca como el alba de la mañana al despertar. Y estás tan lejana por momentos que mis brazos no logran alcanzarte, abrazarte, te escabulles como una ciénaga en el mar, entre el oleaje que no se detiene a mirar quién hay detrás ni delante, que no cesa, que no cesa de inscribirse en la arena donde se escribe nuestra historia, la mía, la tuya, la de Uma, la nuestra…



Somos, seremos alguna cosa alguna vez, o sólo pensamiento de un hombre barbudo sentado que espera el porvenir como el día ansia la noche de luna llena. No lo sé, la verdad es que hoy sólo poseo un conjunto de conjeturas que no se si en realidad me sirven para algo más que regocijarme en mis propias locuras de escritor fracasado, inventando personajes, vidas, pasados, futuros, lugares no conocidos…



Blanco el tapiz que te envuelve como los pétalos de las rosas, pero en este caso son los pétalos de las violetas, que se deshojan en el otoño de tus labios…



Imposible misión llegar hasta ellos, rozarlos, hacerlos míos, guerrear con tu lengua, hasta acabar tendidos en mi cama, que te cobijará, y tal vez este sea tu nuevo lugar en el mundo. Tu vientre tibio abriga el mío, confundiendo nuestros cuerpos, solapando los silencios, aullando los gemidos…



La noche caprichosa,

ruidosa,

sonora,

insaciable,

irresistible,

persigue tu existencia recelada que garabatea sobre papeles ya desteñidos por el paso del tiempo.



Encontrarte por la calle, como por casualidad, y que tu mirada se pose sobre la mía, apropiándosela, que sea furtiva a la vez, disimulada, no pensada, imaginada pero real, tan real que recubra este sórdido pesar que se acorrala para no perderte aun no teniéndote.



Quizás creo que todo esto que estoy sintiendo en verdad no es lo certero, lo que me devuelven mis ojos al mirarte, lo que me oigo a través de tus palabras, lo que fundan mis sentidos es tan estrafalario, tan impensable, para un cuerpo como el mío, que los ángeles caídos deben estar de fiesta esta mañana. soledad es lo que me define, así en minúscula, para que no se vuelva tan insoportable,

tan repelente,

tan intransigente conmigo mismo,

para que no se acostumbre a mis días,

para que se vaya pronto,

muy pronto

y decida no volver más.



¿Se podrá despertar a tu lado?

¿Acariciaré algún día el cuerpo tibio de una mujer que me ame?

¿Me emocionaré con sus sonrisas?

¿Fantasearé con su rostro hasta convertirlo en pesadillas?







Blancos sobre más sobre más blancos hasta despertares lilas…



La partida sigue siendo difusa, confusa, plagada de miedos y malestares, nunca te sienta bien, si no es prescripto por el corazón, quien es el único capaz de recetar su más venéreo antídoto.