martes, 1 de marzo de 2011

Una noche donde todo cambió


Un día como cualquier otro me levanté muy temprano, esperando no se qué cosa del destino, de lo que me iría a deparar la insoportable soledad en la cual desde hacia largos años estaba sumergida. Preparé mi desayuno de siempre, tostadas con café con leche con espumita, mi preferido, con mucho edulcorante para endulzar un poco más la vida de uno.

En el trabajo no había demasiadas novedades, todo transcurría con el mismo tenor de siempre. A veces más apurada que en otros momentos, mi día se estaba llevando lo mejor de mí. En esos tiempos se me ocurre hacerme pájaro para poder realizar un largo viaje hasta los confines del mundo, a lo mejor, convertida en un animal podría conocer gente que me quiera y que quiera volar junto a mí. Imagino estas cosas desde que tengo memoria, no sé por qué motivo me tocó ser persona, no me quejo todo el tiempo pero podría haberme transformado en otra cosa menos penosa.

Tengo 30 años, nacida en Bermúdez, soltera, sin hijos, sin familia, sin nada de nada, podríamos decir que si me llega a pasar algo la única que acudiría a mi encuentro sería mi perra Eulogia. Realmente ella si es alguien que adoro y por la cual haría lo imposible si me lo pidiese.

Hace ya diez años que vivo en Buenos Aires, una ciudad que me encanta, llena de atractivos y variedad de ofertas en todos los sentidos. Me vine acá a estudiar antropología, carrera desafortunada según mi difunto padre, que no comprendía el hecho de andar escarbando en el pasado, cosas que ya estaban enterradas por algún motivo, qué sentido tenía despertar esas cosas. Nunca logró entenderme y cuando se enteró de que me iría a Buenos Aires estalló con un brote de angustia, estuvo dos meses en cama desde mi partida, hasta que de a poco se fue haciendo la idea que era lo que realmente quería para mi vida. Iba a visitarlos seguidos, también tenía una hermana más grande, la cual murió hace ya 9 años en un accidente junto con mis dos padres, cuando venían a visitarme a Buenos Aires. Eso nunca lo pude superar, por más terapias que realicé nunca me lo pude perdonar, estuve a punto de abandonar todo y volverme sola a Bermúdez, pero por suerte la terapia sirvió de algo y decidí vender la casa de mis viejos y con esa plata me compré mi actual departamento en Recoleta, podría decir que nada mal. Es bastante amplio, con dos habitaciones, grandes balcones, lleno de flores de todos los colores existentes, debo confesar que son mi debilidad.

Nunca en mi vida estuve íntimamente con un chico, no sé no se dio, quizá las personas con las que me crucé o un problema que tengo yo, pero nunca me desnudé ni fui completamente de otro. A veces fantaseo cómo será ese momento tan especial y mágico para mí, pero me cuesta mucho imaginármelo. Desgraciadamente no encontré la persona adecuada, eso que últimamente no soy nada pretensiosa.

Mi hermana no se parecía en nada a mí, ella terminó el secundario y ya había tenido su primera vez en Bariloche, después tuvo una seguidilla de noviecitos y amantes indescriptibles, al punto que en su velorio estaban todos ellos juntos. Como se debería haber reído desde arriba, y obviamente mis viejos seguro que se horrorizarían, ellos eran tan antiguos que no aceptaban que uno podía tener relaciones con gente que recién conocía.

A me olvidaba decirles algo importante mi nombre, el mismo es Juana Ortiz. Si lo primero que pensarán es en Juana de Arco, pero no hay ni una pizca de ella en mi cuerpo. Aunque a decir verdad en lo único que nos parecemos es que en mi laburo lucho con quien se interponga en mi camino, voy hasta las últimas consecuencias no importándome absolutamente nada de nada.

Hace dos años aproximadamente viaje a Europa a un intercambio universitario, donde estuve en Francia dos años haciendo un doctorado. La verdad que esa época en mi vida fue la mejor, otro idioma, otra gente, otra ciudad, otras calles, otras rutas, eso realmente fue extraordinario. Tuve un principio de historia con un francés que me volvía loca de amor, pero el problema es que tenía novia y estaba a punto de casarse. Era sociólogo, 30 años, muy lindo, muy dulce. Había momentos en donde me abrazaba como nunca me abrazo nadie, me hacía sentir que entre sus brazos nada podría pasarme. Pero duro demasiado poco todo, al mes y medio se caso y se esfumó de mi vida como por arte de magia. Después de él parecía que alguien me había hecho un embrujo porque no apareció nadie más, ni siquiera para unos besos.

Debo confesarles algo que espero tendrán la discreción de saber guardar. Me sentía por ese tiempo muy pero muy sola, estaba una noche, ya era muy tarde, muy borracha, había tomado demasiados bayles sin haber comido ni siquiera un pedazo de queso. De repente se me acerca una chica más grande que yo y muy bonita, con la cual entablamos un fluido diálogo, ella es psicóloga, 32 años, ya les dije muy atractiva, todas las miradas del bar se posaban en su andar. Todo fue normal hasta que de golpe se acerco a solo dos centímetros de mi cara, yo no sabía qué hacer, hasta que ella tomó la iniciativa y me besó. En realidad fue el beso más largo y más lindo de toda mi historia, no puedo explicarles las cosas que sintió mi cuerpo, las sensaciones que recorrieron mi piel, nunca me había pasado nada igual, ni siquiera con el francés, del cual pensaba que moría de amor. Fue la primera vez que besaba a una mujer y nunca más me pude olvidar de ese momento, fue algo único, inexplicable con palabras. Pasado un tiempo la chica me invitó a ir a su apartamento, lo dudé pero finalmente acepte la invitación, ella fue muy dulce conmigo, me cuido todo el tiempo.

Llegamos al apartamento era muy cómodo, muy espacioso y luminoso. Al entrar me tomó de la mano y me llevó a la cama, que era gigante. Comenzamos a besarnos suave e intensamente, nos tocamos sin detenernos a pensar en las consecuencias que tendría esto en la vida de nosotras. En un momento me animé y decidí contarle que nunca había estado con nadie, que me daba un poco de miedo como me podía llegar a desenvolverme en la cama con ella, ya que no contaba con experiencia alguna.

Me contestó que no tuviera miedo, que ella me iba a cuidar, que era algo diferente estar con una mujer y con un hombre. Que yo le gustaba demasiado, que hacía tiempo que no le pasaba esto con nadie. Finalmente fuimos despacio pero sin prisa, disfrutando cada milímetro de nuestro cuerpo, recorriendo nuestra piel, como si nunca antes la hubieran acariciado. A medida de que avanzábamos nos íbamos introduciendo en el cuerpo del otro, descubriendo sentimientos intensos. Cada movimiento me descolocaba al punto de hacerme desfallecer de pasión. Todo era demasiado apetecible, como si fuera el mejor plato del mundo. Nunca antes me había pasado algo parecido a esto. Quisiera inmortalizar este tiempo, congelarlo para recordarlo en una infinidad de horas. Las caricias que nos dimos estarán por siempre en mí. Los besos me acompañarán toda la vida. Realmente fue la mejor noche de mi vida.

Esa noche me quedé a dormir al lado de ella, dormimos abrazadas, desnudas, sintiendo el olor de nuestra piel. A la mañana siguiente me preparó el desayuno, volvimos a hacer el amor y luego me despedí. Intercambiamos los teléfonos, con la promesa de un nuevo encuentro.

En los días siguientes no tuve novedades de ella yo tampoco la llamé, prefería esperar a que lo hiciera ella. Con cada paso que hacía no podía sacarme de la cabeza a Ana. Tan difícil era sopesar ese mal trato, que esperaba que apareciera en algún momento. Como los días pasaban decidí llamarla, arreglamos para encontrarnos nuevamente. Esta vez fue en otro bar, tomamos unas copas de vino tinto para terminar brindando con champan. Luego, esta vez la invité yo a mi apartamento. Hicimos el amor durante toda la noche, casi sin tener respiro. Los orgasmos se multiplicaban, con cada caricia, con cada beso. Entrada la noche nos quedamos dormidas. Al día siguiente cuando me desperté Ana ya no estaba. Me entristecí mucho al no verla a ella, no la sentí cuando se fue. Lo primero que hice fue llamarla para saber por qué se había ido. Me contestó que tenía cosas laborales para hacer, que no me quería molestar, que si yo podía almorzábamos juntas. Le dije que sí y a la una y media nos encontramos comimos algo rápido, mientras hablábamos de cosas superfluas. Después de un rato le pregunté si ella estaba dispuesta a tener una relación conmigo comprometida, que yo estaba dispuesta a hacer lo que sea para estar con ella. Tardó en contestarme, tuve mucho miedo de su respuesta, sentí que lo iba a perder todo de vuelta. Me tomó de la mano suavemente y me dijo al oído que sí que estaba dispuesta a apostar todo por nosotras, que hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido por nadie.

Me quedaba poco tiempo en Francia, y la verdad es que nos instalamos en mi apartamento, vivimos juntas tres semanas. Nos llevamos muy bien, compartíamos juntas todo el tiempo. Finalmente llegó el día de mi partida, mi estadía había concluido, yo le propuse a ella que se viniera conmigo a la Argentina, que le gustaría mucho Buenos Aires, que podría conseguir trabajo de lo suyo enseguida, que yo la ayudaría, que a mí ya me estaba esperando un buen trabajo con un buen sueldo, que yo tenía mi propio apartamento, que no tendríamos que pagar alquiler. Ella lo dudó, pensó un largo rato, y con lágrimas en los ojos me dijo que no podía dejar todo en su país, que no sabe si soportaría estar lejos de su familia, de sus amigos, que la perdone, pero que eso que le estaba pidiendo era imposible para ella ahora. Me acompañó al aeropuerto, nos besamos y nos despedimos. El viaje fue realmente agotador, además no podía sacarme de la cabeza su cuerpo, su piel, sus labios, todo ella. Era demasiado duro tener que estar tan lejos y sabía que algo a esa distancia jamás funcionaría, por más que pusiéramos cada una todo lo que podíamos.

Mi llegada a la Argentina fue muy triste, nadie me esperaba en el aeropuerto. Pasé a buscar a Eulogia por la guardería de una amiga que se había hecho cargo de ella y de mi apartamento. Era tal su alegría que la verdad que se me olvidó todo al verla. Fuimos para casa a disfrutar de la compañía nuestra.

Me conecté a ver si la veía a ella conectada, tenía ganas de verla aunque sea por la cámara. Tuve la suerte de encontrarla, así que hablamos, nos dijimos lo mucho que nos extrañamos.

Durante meses nos comunicamos por internet, nos veíamos por la cámara. Igualmente se me hizo muy duro estar lejos de ella, sin su cuerpo. Llegó el 14 de marzo, la fecha de mi cumpleaños cuando de repente tocan el timbre de casa y para mi sorpresa, realmente no lo esperaba estaba ella, Ana, con sus brazos abiertos y un regalo entre sus manos. La besé como nunca bese a nadie, subimos a mi casa, le presenté a Eulogia, se hicieron amigas rápidamente.

Su estadía en casa fue fabulosa, la pasamos espectacular, hacíamos el amor toda la noche. Hasta una noche lo hicimos bajo las estrellas en el edificio de mi terraza. Se quedó por tres meses que pasaron para mi gusto demasiado rápido, en ese tiempo recorrimos el sur de nuestro país. Llegamos hasta Calafate, el ruido del desprendimiento de los hielos continentales la verdad que es impresionante, no se puede creer. Hacen una implosión que inunda los oídos de todos los presentes y ni les cuento lo que implica caminar por el glaciar Perito Moreno, ver sus lagunas.

La despedida fue más fuerte que la anterior, pasamos más tiempo juntas, nos conocimos más, nos gustamos cada día más.

El tiempo pasaba sin ningún sentido, las horas transcurrían como si no ocurriera nada. El silencio invadía mi vida, cercenando las posibilidades amorosas, por qué me fui a enamorar de una mujer, francesa, al otro lado del mundo. Se hacía muy difícil estar sin ella, era demasiado lo que la extrañaba.

A los seis meses no soporté más esta situación de vivir lejos de ella y decidí llamarla para que hablemos y decidamos si queremos estar juntas, comprometernos a estar peleándola. Ella me dijo que se lo dejara pensar, que le dé tiempo para procesarlo. Le dije que bueno le daba una semana, que a la siguiente volvíamos a hablar.

A la semana siguiente me llamó, temblé al atender el teléfono, sabía que era Ana, tenía miedo de su respuesta. No imaginaba lo que ella me podría decir. En un momento comencé a llorar sin parar, sin que Ana me dijera absolutamente nada. Traté de calmarme, de escucharla, hasta que ella me dijo que para ella era realmente muy difícil dejar todo por mí, no porque no estuviera dispuesta a hacerlo, sino porque no se creía capaz de hacerlo sin tener alguna consecuencia para ella. Tenía la duda de que esto fuera algo que el día de mañana me lo pudiera reprochar. Yo le dije que la entendía pero que no podía sostener esta relación a mil kilómetros de distancia, que se me hacía demasiado duro todo esto, no tenerla cerca. Esperaba otra decisión, no me esperaba esta respuesta. Volví a llorar de manera acongojada, ella trataba de calmarme. Hasta que de pronto me dijo que nunca había amado a nadie como a mí, que haría el intento de irse a vivir conmigo acá, que buscaría trabajo. Mis lágrimas desaparecieron y mi sonrisa se dibujó en mi cara, no puedo explicar lo contenta que me sentía.

Al mes siguiente Ana estaba con sus valijas en mi apartamento. Emprendimos un camino juntas, que a cada paso buscábamos la manera de estar una al lado de la otra. Ella consiguió trabajo al poco tiempo, en una clínica privada y en un psiquiátrico de niños, el Tobar. Ella todos los días volvía feliz de laburar, eso la verdad que la llenaba de felicidad. Eso ayudaba mucho a que estemos bien juntas, que ella se pudiera adaptar a una nueva ciudad, con otra gente, sin conocer a nadie.

A los seis meses vinieron sus padres a visitarla a Ana y a conocerme a mí. El encuentro fue muy fructífero, muy ameno. Se quedaron por una semana, los llevamos a recorrer la ciudad. Les encantó quedaron fascinados con Buenos Aires. Les caí muy bien, hicimos muy buenas relaciones.

Al tiempo Ana recibió un llamado de que su madre estaba muy enferma, le habían detectado cáncer de páncreas. Parecía que estaba bastante avanzado, ella necesitaba ir con su madre, acompañarla, compartir con ella los últimos momentos de su vida. Se fue inmediatamente para allá. Fue muy duro para ella, no tiene hermanos y su padre es una persona muy grande que sólo no puede sobrepasar este difícil momento.

A los dos meses después de varias quimioterapias, su madre se dejó morir, no daba más, no podía seguir viviendo así. Fue un 30 de junio que su madre murió acompañada de su hija y su marido, con el cual había compartido toda su vida.

Ana decidió quedarse en Francia junto con su padre, era demasiado duro para él quedarse solo y afrontar esa inmensa soledad que lo envolvía. Tampoco podía hacer venir a su padre a la Argentina, obligarlo a dejar todo en el país que había vivido durante toda su vida era demasiado.

Al tiempo viajé yo para verla y contenerla en este difícil momento para ella. Además realmente necesitaba tenerla cerca, hacer el amor con ella, mi único y más preciado amor, que nunca perdería, ni tampoco olvidaría pase lo que pase.

Estuvimos un largo tiempo, un mes entero, pero luego yo me tuve que volver porque no podía tomarme más tiempo en el trabajo. La vida era demasiado dura conmigo, una vez en la vida que habían encontrado a alguien a quien amar y compartir mi vida. De vuelta a estar separada de Ana, eso sería imposible.

Es algo sumamente difícil para mí volver a estar en esta situación. Ana iba a viajar a la Argentina para verme por dos semanas, pero algo horrible sucedió. El avión por el que viajaba Ana, se estrelló y murieron todos los que viajaban ahí, ningún sobreviviente.

Cuando recibí la noticia no lo podía creer. Otra vez me pasaba lo mismo que me había pasado hace 10 años atrás con mi familia. Por venir a verme había muerto mi único amor, todo por venir acá, a esta puta y odiada ciudad, que parecía maldecir mi vida. Es como si ella no permitiera que nadie que me quiere y me ama se pueda acercar a mi lado. Es lamentable que esto haya sucedido. Me dormí y cuando me desperté había llorado colores. Esta vez pasó algo muy distinto, no podía parar de llorar, pero esta vez mis lágrimas eras lágrimas de colores. Los colores que estaban en mi jardín inundaban y bañaban mi cara.

















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